Con apenas ocho años
y valentía por bandera
me dirigía a buscar agua
al Molino de la Vega.
Mi burra me guiaba
a la fuente encantadora
yo sólo me montaba
al lomo de mi Paloma.
Era un día de fiesta
cuando el agua se terminaba
cuatro cántaros bastaban
para beber gloria una semana.
Un jarrito me llevaba
para llenar uno a uno
sin bajar de la montura
ya reliquias de un futuro.
¡Qué gran fortuna la mía
cuando tocaba lavar
en aguas tan cristalinas
viendo personas pasar!
Una familia de oro
la que el molino habitaba
guardianes de sus tesoros
y sonrisa dibujada.
Después de cuarenta años
cuando paso con el coche
mi corazón me reclama
que me pare, beba y goce.
¡Ay fuente de mis entrañas
que en peligro estás ahora
exalta tu poderío
y que volvamos a ser personas!
Siempre en mi memoria...
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